Conducido por el Abogado Raúl Arce, siendo acompañado por los integrantes del Centro de Investigación para la Paz de la Facultad Regional Resistencia, Universidad Tecnológica Nacional, Srta. Anabella Orcolla, Licenciada Eugenia Itatí Garay, Sr. Fredy Eiman, Srta. Francisca Ortiz, Lic. Wilma Soledad Trúe, Prof. Rubén Darío Borda, y Magíster Miguel Armando Garrido.
Operador: Guillermo Aguilar
Selección Musical: Abogado Raúl Arce
Temas: Paz de Dios.
El tema ha sido tratado siguiendo los lineamientos de la Enciclopedia de Paz y Conflictos, dirigida por el Dr. Mario López Martinez del Instituto de Paz y Conflictos de la Universidad de Granada, España, autor de la voz: José Rodríguez Molina.
MOVIMIENTO DE LA PAZ DE DIOS
Los intentos de algunos prelados y concilios por crear un ambiente de respeto a los lugares sagrados y a las gentes más débiles ante la violencia de la sociedad caballeresca que se gestaba a finales del Siglo X, pusieron en marcha el Movimiento de la Paz de Dios.
El Estatuto del Caballero –combatiente a caballo- se asentaba en tres pilares fundamentales: riqueza patrimonial, privilegios y simbología de dominación –gestos y ritos de superioridad tomados del Modelo Germano. Sus proyecciones aristocráticas y guerreras estuvieron marcadas por la intensa ambición de aumentar su patrimonio, poder y prestigio. El instrumento más utilizado con dicha finalidad fue la guerra contra los iguales y contra los menos pudientes. La venganza que ponía a dos familias, una en contra de otra, englobando dependientes y servidores, degeneraba fácilmente en guerra privada y en terrorismo. La violenta conflictividad no respetaba lugares, hombres, ni épocas, y sus principales víctimas eran inocentes y los débiles.
La Iglesia, acostumbrada a una notable influencia sobre los poderes territoriales, experimentaba que algo salía de su órbita y que la inseguridad del ámbito público –calles y caminos – repercutía en la merma de afluencia a los lugares sagrados y sitios de peregrinación. Motivada por sus propios intereses y por el espíritu de reforma que comenzaba a despuntar, reaccionó ante tales muestras de violencia y abusos. Con el Movimiento de la Paz y tregua de Dios trató de excluir de la guerra y de sus nefastos efectos a los lugares de su círculo más próximo –templos y santuarios -, y a las personas más ligadas a ella – clérigos, viudas, campesinos y peregrinos-. Exige “no atacar a los clérigos, no robar los bueyes ni la vaca del campesino, no matar, no atacar a los viajeros, no favorecer a ningún bandido ni ninguna violencia”.
Para conseguir sus objetivos no duda en reunir a los fieles, especialmente en santuarios de peregrinación potenciando el culto a las reliquias que revitalizan la fe, contribuían a la inviolabilidad de las iglesias que las guardaban y protegían caminos de peregrinos que acudían a ellas. Dichas asambleas conducen a acuerdos entre laicos y eclesiásticos, auténticas hermandades de la Paz de Dios garantizadas por el juramento de los fieles de más de 15 años sobre las reliquias y los evangelios, el firme propósito de hacer retroceder a los guerreros.
El cronista Raúl Glaber evoca las asambleas en torno a las reliquias de los santos, dirigidas por los obispos para luchar contra la violencia: un sorprendente espectáculo de los prelados elevando la Cruz y los asistentes gritando “Paz, Paz”. Se ponen en marcha auténticos ejércitos de fieles armados, encabezados por destacados clérigos, dispuestos, si es necesario, a destruir los bienes de los infractores. Si la Paz es violada la región queda en entredicho. Cae el anatema y la excomunión sobre los guerreros que no obedecen sus consignas.
En la dinamización de ese Movimiento se vuelcan los numerosos concilios aquitanos, desde finales del Siglo X y las asambleas borgoñonas, de comienzos del Siglo XI, de las que se conserva la fórmula de juramento. Desde 989 a 1031 buscaron la protección de los bienes eclesiásticos, de la multitud de pobres, de los campesinos, de las mujeres, de los mercaderes, de los viajeros y peregrinos, en una palabra, del conjunto de inermes. Los Concilios de Charroux (989) y de Narbona (990) recuerdan la prohibición de los ataques a mano armada y de los pillajes. En 1038 se realiza una asamblea de Paz, promovida por Aimon de Borbón, arzobispo de Bourges, para poner fin a las guerras señoriales y proteger a clérigos y pobres.
La Iglesia no pretendía con ello acabar con la venganza privada, considerada un Derecho, lo que buscaba era poner freno a las situaciones insoportables en que, con frecuencia, degeneraba. Tampoco atacaba el esquema tripartito de la sociedad – oratores, bellatores y laboratores -, reducido a dos grupos: los que tienen el poder y los bienes materiales, identificado con los guerreros y la misma jerarquía eclesiástica, y los que penan trabajando la tierra con el sudor de su frente. La Paz de Dios trataba de moralizar a señores y proteger a los laboratores, poniendo a cada uno dentro de su orden.
El sentir caballeresco, lejos de amansarse, penetró en los mismos entresijos de la Iglesia, como mostrará el inicio de las Cruzadas, a finales del Siglo XI, que más allá de estar motivadas por la erradicación de la violencia, se convirtieron en instrumento y excusa que proporcionó la legitimación religiosa que faltaba a los valores y ambiciones de la aristocracia y a su dinámica guerrera.
La mentalidad caballeresca identificaba los valores de la Paz de la Paz con la cobardía, la incapacidad y la hipocresía. Cuando mucho, lo que hizo fue estimular un barniz de modales, manifiestos en el honor, el valor, la fidelidad al señor o a la dama, la lealtad a la palabra dada, pero en absoluto mermó la guerra entre iguales y la violencia contra los más desprotegidos.
EN UNA SEGUNDA Y TARDÍA ETAPA, LA PAZ DE DIOS ACOMETIÓ EL INTENTO DE INSPIRAR RELIGIOSA Y ÉTICAMENTE LAS INSTITUCIONES FEUDOVASALLÁTICAS
Sobresale la impregnación religiosa de los lazos vasalláticos, de la caballería. Se crea una Ética, según la cual el caballero debería ser una síntesis de guerrero y cristiano. Tiene su plasmación y tiempo más destellante en la predicación de San Bernardo, hacia 1120- 1140, el cual propuso como modelo de la nobleza, el MILES CHRISTI, el Soldado de Cristo, que terminaría por institucionalizarse a través del monje guerrero de las Órdenes Militares que se crearon en Palestina –Templarios y Hospitalarios -, y más tarde en la Península, en el Proceso de Reconquista – Calatrava, Santiago, Alcántara -.
Los intentos de la Iglesia no consiguieron, sin embargo, eliminar la violencia del comportamiento de los caballeros. Sí logró imponer para la entrada en la caballería un ritual impregnado de tintes religiosos: tras una vela de armas, un caballero ceñía la espada al neófito que, puesto de rodillas, recibía el espaldarazo de confirmación, único golpe que, según el código caballeresco, podría recibir sin devolver. Después montado a caballo, abatía una panoplia a golpes de lanza. A partir de entonces se consideraba sujeto a los Principios de la Caballería. La Paz de Dios fue débil en sus repercusiones y efímera en el tiempo. Los primitivos valores caballerescos de guerra y violencia se continuaron manteniendo, como se mantuvieron de forma apasionada las fronteras entre señores y vasallos, entre dominantes y sometidos, dentro mismo de la Iglesia.
Véase también: Pacifismo religioso. Paz. Tregua de Dios.
“José Tuvilla Rayo dice: La Educación necesita de aprendizajes innovadores
que se abran a la problemática del mundo y preparen a las generaciones
jóvenes para enfrentarlos de manera creativa y constructiva.
Manual de Paz y Conflictos. Beatriz Molina Rueda y Francisco A. Muñoz.(eds.)”.